6) Un episodio familiar

Encontró a su hermano en la mitad de la cuadra, a escasos cien metros de casa, en la semipenumbra. Pese a la escasa luz de las farolas públicas supo que había estado llorando.

—¿Viste a la mamá? —preguntó, siguiendo esa tendencia suya de atender primero los aspectos prácticos del problema.

—Sí, sac-c-có el carro, está do-do-donde la tía… p-p-p-parce… —escuchó su indecisión, como si las palabras que se habían formado en algún trasfondo del deseo se atropellaban antes de dejar la boca, atemorizadas de su peso, erinias grotescas que se descubrían de golpe frente a un espejo.

—Tranquilo, respirá —comentó mientras adelantaba la mano para apretar el brazo del otro.

—P-p-p-parce… p-p-parce… —volvió a intentar su hermano antes de empezar a caminar temblando hacia la casa. Tuvo que detenerlo, forzarlo a parar, convencerlo de caminar con él. Pasaron de largo frente a la puerta y siguieron hasta el parque, recogieron los columpios en los costados de su estructura de hierro y comenzaron a hacer barras rítmicamente, en silencio. Cuando supo que se había calmado, intentó hablarle.

—Man, es muy raro, pero toca ser fuertes, por la mamá.

—Pero es q-q-que mi papá… mi papá… yo qu-qui-quiero… yo… —lo vio apretar los puños, los nudillos brillaron blancos.

—Yo sé. Yo sé. Tranquilo.

—…

—Pero es el papá.

—Por eso, ¡mi papá!, c-c-con todo lo q-que nos dijo, tanta mierda, que el amor… ¡y a mi mamá!

Le señaló la barra horizontal de la que pendían los columpios. Su hermano resopló antes de acercarse, estirar los brazos, y empezar una nueva serie. Lo veía subir y bajar. Los bíceps agigantados por el esfuerzo.

—¿Mejor? —preguntó cuando hubo terminado.

—Sí —respondió el otro —, yo no entiendo nada…

Se acercó a él y lo abrazó antes de volver a casa. Tampoco él entendía gran cosa.