80) Fábula trunca

Imaginaba que todo sería más fácil si fuera un puercoespín. La adorable y tranquila existencia de un puercoespín. Sí, sonaba bien. No tener que levantarse temprano, no tener que preocuparse de horarios o trabajos, ni de la universidad, ni de qué ponerse. Ser simple y adorable, con una nariz respingona que captara la presencia de depredadores y pusiera en tensión los mecanismos de defensa. Ah, qué increíble sonaba todo eso. Especialmente la parte en que no existe el lenguaje. Sí, ser un puercoespín y no tener que preocuparse por escribir un relato diario, o traducir un documento programático para que fuese digerible. No tener que andar nombrando las cosas. ¿Se imaginan?

(En este momento se dirige al público lector, levantando ambos brazos como profeta de la nueva era)

¿Se imaginan? No tener que andar por ahí repitiendo que una rosa es una rosa aunque no se llame rosa, ni meterse en debates hegelianos sobre dónde carajos queda la casa del ser. Nada de eso. Si ustedes y yo, si todos no fuéramos sino puercoespines no tendríamos que andarnos preocupando por las metafísicas infinitesimales del lenguaje. No, todo sería la libertad total. Sin malentendidos. Sin confusiones. Nada de eso. No tendríamos ni siquiera que preocuparnos por buscar cómo se escribe correctamente la palabra puercoespín. Seríamos simples mamíferos felices, dichosos, libres.

(En el apogeo de su discurso le brillan los ojos. Luego, como quien descubre algo terrible, empieza a balbucear)

Claro que… Bueno, sólo ahora me lo pregunto. ¿Cómo harán para tener sexo los puercoespines? ¿Cómo hacen el amor con todas esas púas que chuzan? Debe ser incómodo, y doloroso, y corto, o al menos cortante que no corto, quien sabe. Yo no sé. Yo sólo decía, por decir, por cansancio… Pero mejor no. Ser hombre no está mal, después de todo.