Encendido farol en los brazos porta el loco que recorre las calles en pleno mediodía, buscando a la luz del aceite que se consume el resplandor que prodigue la mirada de un hombre real. Cínico manifiesto, reminiscencia del griego que ladraba, sedienta desesperación que añora caudales de claridad en los cuales sumergir las manos para beber el alivio en los cuencos formados por las palmas; mientras el cristal se desvanece, al entrar en la garganta, dejando húmedas las líneas del destino que configuran su contradicción al enfrentarse, futuros acomodados frente al espejo, obligados a representar la farsa de su contrario so pena de no cumplir su propio menester.
«Palabras», dice el hombre en el calor de la llama, «nada más que palabras», insiste sometido a la atención de saberse perpetrador de la falta que censura, pero incapaz de huir de la necesidad verbalizante que florece en sus labios luego de reventar en frutos dentro de su cabeza. Palabrejas tibias resbalando en las circunvoluciones, anguilas que escapan de las profundidades cavernosas del callo para esforzarse en la metamorfosis aérea que habrá de convertirlas en golondrinas fugaces, aleteantes de sentido que buscan con primerizos vuelos alcanzar un sol derretidor de alas: en su trayecto hasta el pabilo del farol se queman, polillas tornasoladas que caen en cenizas convertidas a completar su ciclo de ser polvo sobre la tierra árida.
Así, ya mencionado el cuadrado elemental, fundado el diamante que contiene los motivos del alma creadora enunciados en antiguos textos helénicos, puede darse un diagnóstico apropiado a la dolencia del demente que proclama su necesidad de búsqueda. Los humores, todos, en caótica confrontación no le permiten sosiego, y es probable que la última consecuencia sea el océano primigenio, antesala del círculo que se cierra sobre si mismo en los prólogos de la nada.
Reto literario 