Home

Hay compulsiones de compulsiones que en la esfera de lo personal se justifican pero que no soportarían el escrutinio del público. Comerse las uñas es comprensible, gran cantidad de gente lo hace y nadie va a entrar en pánico si se entera de que su vecino es un devorador. Es extraño, un poco; desagradable, mucho, pero se mantiene dentro de los límites de lo normal.

Podemos enunciar otros ejemplos: el alcohol y el cigarrillo son aceptados, el café es incluso bien visto. En sociedades liberales la marihuana ha perdido su halo de maleficio, e incluso podemos contemplar grupos que no pestañearían si en medio de la reunión alguien arma una raya de cocaína sobre la mesa de centro. Vicios, al fin y al cabo, a los que la rutina nos ha ido acomodando, y que no provocan ningún tipo de estupor.

Mi caso, en particular, no tiene la fortuna de encajar dentro de ellos. De un tiempo a esta parte me he hecho afín a la necesidad de expresar en voz alta todo lo que me pasa por la cabeza. Todo es todo, absolutamente todo. Entre la cabeza y la lengua no hay proceso de edición. Los pensamientos, a base de ceder a mi natural inclinación, han tomado la misma velocidad de su expresión y me configuro ahora como una máquina parlante que opina sobre el clima, la moral, las costumbres y la apariencia física de las personas.

La soledad es un precio duro que pagar, el placer que experimentaba al principio (el gozo de ver el desconcierto que mi caso produce) comienza a menguar y me siento atrapado en un bucle del que quizás no pueda salir. Por otra parte, un cierto número de conocidos empiezan a imitarme, prueba de que los vicios, compartidos, tienden a ganar nuevos adeptos.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s