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Todo crimen, por lo menos todo aquel que implica premeditación y una dosis de crueldad, comienza a gestarse en el espacio vacío entre las tres y las cuatro de la mañana. No hay criminales que duerman bien, el insomnio es una condición necesaria para concebir las atrocidades. Digo lo anterior como una forma de excusarme; no era sólo yo, era la calle desierta de la madrugada, el cansancio en mis piernas, las luces de los semáforos que parpadeaban a mi paso. Fue en la calle, volviendo a casa, cuando decidí asesinar a Miguel Barrios.

Debo aclarar que en ningún momento, ni antes ni durante ni después, hubo odio. En el fondo me caía bien el tipo. Era ocurrente, tenía un sentido del humor desenfadado e incluso una cierta forma de deprimirse que alcanzaba a tener su encanto. Creo que nunca olvidaré los haikus que escribía cuando montaba en bicicleta. No importa. Ya no lo hará de nuevo. No gracias a mí, que lo he matado. Tampoco es como si ocurriese una gran pérdida. Ni su familia, ni sus amigos van a echarlo en falta. Era un buen tipo, y eso es todo. Un individuo para nada memorable.

Hablando del crimen en sí, que eso es lo que anuncia el título de esta confesión, sepan que usé veneno. Que en la sopa deslicé las esencias de la serpiente y lo vi retorcerse mientras se apretaba la barriga en estertores de dolor vomitivo. Quizás hubiera estado bien algo menos doloroso, la misericordia de un disparo, pero quería ver, quería asomarme al fondo de sus ojos cuando las muecas desfiguraran su sonriente figura y encontrar en ellos la angustia de no comprender, saber que sus pupilas me preguntarían por qué, por qué le hacía eso.

No pude responderlo entonces. No puedo responderlo ahora.

2 pensamientos en “212) De cómo maté a Miguel Barrios

  1. La estrategia es dependiente de las condiciones, pero cuelga de un hilo.
    Usar un arma no iba a permitirle tomar un espejo para verle los ojos a Miguel. Para verse a los ojos pues, y en el fondo (de sus muecas) quedarse en silencio cuando él le preguntara por qué. No por la imposibilidad de responderle, incluso ahora, sino porque dejar esa pregunta abierta era/es un camino de regreso a él, todavía agonizante.

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    • En el terreno de las reencarnaciones, debo tomar la postura del escéptico quien, sin embargo, estudia con cuidado el Evangelio esperando descubrir la clave con la cual sonará la llamada al despertar de los muertos.

      Desde otra óptica, la muerte como terreno de libertad quizás permita, al bueno de Miguel Barrios, expresarse desde la caligrafía de los fantasmas.

      ¡Alegría!

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