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Despierto. Lucho con una gripa que desde hace días me tiene de mal humor. Voy a la Universidad. Cumplo con mis deberes de Representante Estudiantil. Leo en voz alta a José Emilio Pacheco:

EL FUEGO

En la madera que se resuelve en chispa y llamarada,

luego en silencio y humo que se pierde,

miraste deshacerse con silencioso estruendo tu vida.

Y te preguntas si habrá dado calor,

si conoció alguna de las formas del fuego,

si llegó a arder e iluminar con su llama.

De otra manera todo habrá sido en vano.

Humo y ceniza no serán perdonados

pues no triunfaron contra la oscuridad,

leña que arde en una estancia desierta

o en una cueva que sólo habitan los muertos.

Veo los rostros de los estudiantes, mis compañeros. A algunos les gusta el poema, a algunos les emociona. Me da paz esa emoción. Me recuerda por qué estamos en esto. ¿Qué es esto? Escribir un relato de trescientas palabras durante trescientos días. Leer textos de teoría y crítica latinoamericana. Empezar «Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón» y afirmar que Albalucía Ángel es una escritora gigante. Salgo de los salones sonriendo. Almuerzo comida chatarra. Hablo con Javier sobre la poética de Aristóteles, sobre «Un oasis de arena», sobre lo mucho que me costó el adelanto que le entrego. Regreso a casa. Voy al gimnasio. Mientras sudo en la elíptica fantaseo con comprar unos guantes nuevos, los viejos ya están gastados (pero no es por eso, sino porque en el último entrenamiento Calderón me prestó unos guantes de verdad, y la diferencia con mis guantines es sideral). Regreso a casa, de nuevo. Hablo con María. Le leo el principio de «Estaba la pájara pinta sentada en el verde limón». Respondo correos. Charlo con mi hermanito. Me preparo para volver al manuscrito del libro de cuentos. Mañana entreno con Calderón a las seis de la mañana, debo dormir pronto. Antes de acostarme tendré que apagar el computador. Lo último que veré será el fondo de pantalla que puse hace meses. Una imagen que me recuerda nuestro deber de ser fieles al misterio, y a nosotros mismos. Y arder, con furia, con fuerza, con todo lo que somos. Arder así sea en vano. Así todo se desbarranque en los potreros de la nada. Porque hay paz en irse así, en arder así. Porque hay paz en esa imagen. En esta imagen:

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