En catorce relatos habré terminado. Temblando bajo el sol y el cansancio, la meta aparece en un horizonte cercano al fin . Falta apretar el paso otro momento y llegaré. Seguir con el ritmo aterido y el dolor en los músculos para conquistar una quijotada larga, en la que he puesto fuerzas y ánimos, y cuyos frutos no son sino escasas entelequias: el aprendizaje, el orgullo, una vaga vanidad satisfecha. Para mí, por supuesto, tienen sentido. No voy a cubrirme de beneficios (ni de gloria) cuando escriba el relato número trescientos. Pero respiraré feliz.
Pero hoy debo hablar de otra cosa.
Mañana es un día importante. En mi país se decidirá, por votación popular, si se aprueban o no los acuerdos a los que el Gobierno y la guerrilla de las FARC han llegado, luego de otro larguísimo desierto, y que pondrían fin (al menos en el campo de lo simbólico) a un conflicto interno que de tanta sangre como carga no sabemos bien cómo mirar.
Mañana, a esta hora, habré votado «Sí» en las urnas. No voy a detenerme en desgranar las razones de por qué hacer pública una intención de voto, ni los motivos lógicos que me deciden a dar por válidos los acuerdos. Esto último no es más que la razón argumentando sus análisis, y aunque queramos decir que la decisión depende de eso, de la lectura pausada de los acuerdos y la evaluación de los pros y los contras, en el fondo estoy seguro de que es otra cosa (otra que entiende más de símbolos) la que inclinará mañana la balanza.
Votaré «Sí» porque quiero permitirme la esperanza. Porque confío en mi disposición para acompañar todos los procesos -arduos, penosos, increíblemente difíciles y complejos- que tendrán lugar en el posacuerdo y el posconflicto. Porque dentro de las muchas cosas que nos faltan, como sociedad y como especie, creo que un acuerdo de paz puede ofrecernos fe, y prefiero los riesgos de la fe (siendo el peor de todos, el que se vea defraudada) a la comodidad del cinismo.
Mañana, a esta hora, tendré cruzado el corazón, esperando que gane el «Sí». Sin que eso signifique el mágico cambio de una sociedad egoísta y rastrera, de un pueblo apaleado y harto, de un mundo fundado sobre las sólidas bases de una civilización anclada en la barbarie. Sin que eso signifique el fin de algo. Esperaré que gane el «Sí», porque es un símbolo. Un símbolo, más bien, de un comienzo.
Estos días azules y este sol de la infancia
Fue el último verso que escribió Antonio Machado. Quiero creer en eso. Quiero esperar en eso, y luchar por ello.
Soñando quijotadas, sí, siempre. Pero con los guantes en alto para hacerlas posibles.
Hermosa cosecha para tan ardua siembra. Enhorabuena. 🙂
Me gustaMe gusta
La cosecha no se dio. Mi país es un puñado incomprensible de paradojas. Toca seguir sembrando. Esperando que el invierno no nos ahogue las semillas. ¡Alegría!
Me gustaLe gusta a 1 persona