Burguesas bestiecillas vociferantes en cajitas de concreto, en cajitas de metal, en jaulitas mentales donde enseñan los dientes mientras les brillan los ojos con la avaricia vulgar de la comida a domicilio. Cajitas con ventanas, ventanas con brillos en los que ocurre la paideia. Cada vez más rápido. Cada vez mejor. Higiénico y seguro, pequeñuelo, ante todo higiénico y seguro. No me mires así, sabes de qué te hablo, ¿no?
No cierras los ojos en lo oscuro, no te mojas, no hundes las uñas en la tierra, no bebes, no fumas, no te empolvas las narices. Salud y honor. Higiénico y seguro, como los baños del cuartel en los que le rompen el culo a los soldaditos flacos que parecen chicas por la espalda, mientras les aprietan una camisa contra la boca para que no se escuche su llanto. Se turnan los demás. A veces tres, o cuatro, o cinco. Y al final limpian. Pasan la trapera empapada en desinfectante con olor a fragancias florales. Brillan las baldosas. El linóleo. El mármol. Higiénico y seguro, ¿ves?
No, claro que no, ¿cómo verlo? Cajitas de concreto con ventanas ciegas. Cajitas de metal con ventanas ciegas. Burguesas bestiecillas vociferantes con ojitos asustados que iluminan en la oscuridad donde enseñan los dientes sonrientes porque todo va bien, todo va muy bien hasta el infarto, o hasta que la tierra hace crack y el edificio se viene abajo, o hasta que alguien se duerme al volante y te manda a comer mierda al otro barrio, como el conductor de esa camioneta full equipo que le reventó las tripas a tu amigo del colegio cuando le pegó al taxi en el que él -higiénico y seguro- se había montado al salir de la discoteca.
Burguesas bestiecillas vociferantes… ¿Por qué te callas ahora? ¿Por qué? Decime.