Nunca escribas vencido del cansancio o el hartazgo. Jamás uses como material tus frustraciones. De hacerlo, será la escritura cansada y harta y tu papel, una vez concluido el lance, será sólo el de un hombre frustrado. No significa que no debas escribir sobre el cansancio, o la frustración, o el hastío. Hazlo, pero no derrotado por ellos. Escribir es ser el marinero de Hemingway, Santiago, y murmurar entre dientes «mi destino es la destrucción, no la derrota». Si ha de destruirte el cansancio, si ha de destruirte el hartazgo, si la frustración va hacerte pedazos, que lo hagan. Pero no bajes las manos, no, al menos, cuando te sientas a escribir.
Tampoco escribas nunca textos donde el porcentaje de realidad sea superior al diez por ciento. El noventa por ciento de la escritura tiene que se artificio, siempre. No se trata de presentar la realidad al lector. La realidad está ahí, a la vista, y si el lector no la ha visto en directo poco se consigue forzándola ojos adentro con un mínimo de artificio. Ochenta por ciento es poco artificio. Setenta por ciento es casi nada. Noventa, por lo menos. Noventa por ciento de artificio mínimo, esa es la fórmula.
Pero, ¿quién soy yo para dar recomendaciones? Soy Anohk, el hombre que duerme con los perros y aúlla a la noche convencido de doblegar la luna a lametazos. Soy Curá, flautista de la corte del cuarto imperio celeste, cuyas notas derrumban puentes y producen cataclismos sobre las granjas infieles al mandato del emperador. Soy Cemí, el personaje de Lezama Lima, con la súmula infusa de conocimientos bajo el brazo justo antes de ver desatado el huracán.
La voz del principio de los tiempos. La palabra capaz de encender la luz. El verbo cuya carne se comen los gusanos.