La profesora cerró el marcador y lo dejó sobre el escritorio. En el tablero, círculos concéntricos se extendían configurando un laberinto donde el blanco era apenas observable entre las líneas de tinta.
-Se trata no de una forma de inventar el pasado, sino de la reescritura del presente en el presente. No una anulación de la historia sino de la importancia de la historia, sujetando sus lecciones en el puño del mito y asumiendo la instalación de narrativas equivalentes donde conceptos como verdad, mentira, ficción y realidad se sobreescriben mutuamente, borrando los límites, no, no, no, borrando no, haciendo la inexistencia de los límites un fenómeno físico cuyo germen se agita en el símbolo pero le desborda…
A veces le ocurría. Mientras dictaba la clase, algo en los documentos, en los textos a trabajar, en la tarde, disparaba en ella esa sensación de hallazgo capaz de justificar los insomnios y las frustraciones de la pedagogía. Sentía ebullirle dentro todo el amor del mundo, un recordatorio de su propósito, la búsqueda nunca concluida de razones y explicaciones.
Se dejaba llevar por el huracán. Monologaba frente a una clase sorprendida, agobiada o aburrida, durante largos minutos, olvidando la presencia de sus ojos, de su atención dispersa entre la ventana y los celulares. Unos pocos estudiantes mantenían la concentración, el resto derivaba en mudez atónita conectada a otros planos de la existencia.
Justo como ahora. Frente a ella, el silencio no de la atención sino contrario. Rostros embebidos en otra ocupación, ignorando el final de su exposición. Mentes paralelas, ocupando el mismo espacio en el instante pero avanzando sin tocarse. La soledad es eso, un sentirse avanzar con los otros sin poder jamás tocarse.
Piensa, sólo un segundo, que no vale la pena. Luego se aclara la garganta.
-Como les estaba diciendo… -dice.