Este es tu cuerpo agotado. Estas son las señales de tu cansancio. Habitas el instante como un rescoldo. Aristas abiertas en canal sostienen tu esqueleto. Toda una herida de agotamiento. Carne y voluntad como única alquimia.
En pocas horas sonará el despertador. Dices pocas en lugar de decir dos para no numerar lo restante. Pocas es vaguedad. Dos es certeza clínica. Cuando dices dos anuncias el filo de la guillotina, su caída, tu cabeza rodando con los ojos todavía bien abiertos. Cuando dices pocas tu cabeza rueda con idéntico sonido pero llevas los ojos cerrados. En este punto, con los músculos agarrotados, prefieres esa opción. Morir con los ojos mudos para evitarle al verdugo sus quejas.
Cuatro días de insomnio no hacen bien a nadie. Tu desempeño se resiente. Te estresas al pensar en la opinión de tus jefes, en cómo van a tomarse el hecho de ver tu desempeño resentido. Como te estresas no consigues dormir, y ahí ya se cierra el círculo. Caminas el perímetro una y mil veces mientras aguantas la madrugada frente al espejo. Estudias tu rostro, tu cuerpo agotado, las señales de tu cansancio, mientras recorres un círculo y tus pasos van gastando el piso, abriendo un agujero, enterrándote.
Cada vez más hondo, el mundo a tu alrededor es una pared húmeda de barro. A lo lejos, muchos metros sobre tu cabeza, brilla el sol de un día nuevo. Dices muchos cuando debieras afirmar ninguno, cuando en el fondo sabes reconocer en la luz el brillo del acero de la cuchilla. Has entrado hasta este punto y no tienes ni idea de cómo salir. Poco a poco la idea de instalarte se instala en el fondo del fondo de tu cabeza.
Recuestas el cuerpo, tu cuerpo agotado, sobre la tierra y cierras los ojos, esperando.