Vivimos en tiempos extraños. Puede leer la frase ahora o dentro de seis siglos o en el trece, cuando todavía no se habían inventado las gafas, y será válida hasta el centro líquido, válida hasta lo masticable, lo gomoso pegado de las muelas y, por tanto, lo más cierto del mundo (nada tan verdadero como la incomodidad al mascar). Vivimos en tiempos extraños porque somos habitantes extraños de un tiempo cualquiera, porque respirar, andar, mirar el palo de naranjas secarse, no es nunca sólo caminar, ni tomar aire, ni rociar con acetona las raíces. Siempre habita el acto dentro del acto, el acto a espaldas del acto, el acto flotando sobre el acto como el fuego de una hoguera sin encender. Dejamos a nuestro paso rastros de pieles muertas, un eco de quien fuimos nos persigue, se acerca en momentos demasiado y temblamos cuando está a punto de alcanzarnos. Pero permanece atrás, como villano de película slasher, con una paciencia descorazonadora. Somos extraños con nuestra carga a cuestas, con nuestra contaminación de extrañeza llenándolo todo. No se diga más, esa es la única verdad, amén por el señor crucificado y todos los señores antes de la crucifixión, y todos los que observan descolgados de la cruz a sus espaldas para cerciorarse de verlo bajar. He dicho.
Mi nombre es Nicolás Eugenia Caribe Mixto, nombre de arroz y de invento, de autor cansado incapaz de darle un tono o un carácter a la voz invasora de su voz, de darle contorno y sustancia a la presencia saltarina de sus dedos. Mi nombre es Augusto Maradona Clara Miguel, y ya deben haber notado, en este punto, que el asunto del nombre no le importa a nadie. Sólo el cambio, sólo el movimiento, sólo el poder ser Valentina Ariza Sófocles Margarita y declarar florecimientos en la página. En mi cuerpo ahora devastado sobre cuya piel veo brotar las primeras semillas segurx de que ustedes pueden olerlas porque, después de todo, vivimos en tiempos extraños.