(Escribo empujado por un dios imperioso. A su capricho se doblega mi voluntad. Para poder vivir insisto en que es lo contrario. Mi voluntad la que convoca la presencia de la necesidad del dios. Falso. Soy cordero en la piedra del sacrificio. Sangro para saciar la sed de una roca, la sequedad en la garganta de quien no tiene voz)
Una vez un adicto siempre un adicto. Algunas noches siente, el Personaje, ganas de cocaína. Es visceral. No puede dominar su presencia, no elige que estén o no ahí. Llegan. Se instalan. Todo en el mundo parece de una lentitud desopilante con el añadido monstruoso del aburrimiento. Entonces el Personaje quisiera salir, montarse en la bicicleta y visitar la esquina donde, probablemente, habrá un jíbaro dispuesto. No el suyo, no el de antes, no el gañán con el siete pero perfecta caballerosidad. «Qué se le ofrece, caballero. Claro qué sí, deme un segundo. Aquí tiene, es con mucho gusto, ojalá le vaya bien y hasta la próxima». Las paradojas en este mundo duran solo hasta que la Matrix cae en cuenta y las elimina. Su jíbaro culto debe haber sido borrado por el sistema. Seguro. Zaz. El Personaje piensa en él y en el fin de todo y cierra la puerta con llave. Luego, mientras la voluntad alcanza, mete las llaves debajo del colchón y apila encima todas las sillas de la casa. Cierra la puerta de la pieza y arma barricadas. Se mete a la ducha y deja correr el agua sentado contra una esquina hasta tener los dedos arrugados. Luego se queda dormido entre el agua caliente. Luego despierta. Luego vuelve a dormir y la cuenta del agua va a llegar muy alta pero habrá aguantado. Otro día limpio. ¿Por qué? Porque sí. Porque mejor así, o algo.
Si tan solo fuera ansiedad de consumir una droga pero no, se manifiesta igual para cualquier otro detonante.
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La ansiedad es una constante, el error es ponerla como variable en la ecuación. La adicción también. ¡Alegría!
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