Supo que había sido remplazado. Esa mañana, al mirarse en el espejo, no reconoció su rostro. En algún momento de la noche, aprovechando que al dormir sus defensas estaban bajas, le habían remplazado. Reprimió el impulso de golpear el reflejo (era mejor que creyeran que no se había dado cuenta) y pasó registro, una por una, a las defensas. Los hilos estaban todos en su sitio, excepto uno, el verde de la cocina, que parecía haberse desenrollado de su lugar. Así que por ahí habían entrado. No quería ni imaginar que estarían haciendo con su cuerpo. Tal vez todavía existiera una oportunidad de recuperarlo. Pero tenía que mantener la ventaja: ellos no sabían que él sabía que había sido remplazado. Esa era su única posibilidad de ganar.
Fue al trabajo como cada día durante los últimos veintiséis años. Nadie pareció notar nada, nadie hizo ningún comentario. Sabía, desde hace meses, que sus compañeros ya habían sido remplazados, que ninguno era en realidad quien era. Se los imaginó celebrando prematuramente la victoria, haciendo una fiesta porque por fin él, el último, el único, había descuidado su defensa y caído en sus redes. Para confirmar sus temores lo invitaron a tomar algo al terminar el turno, una despedida para el jefe. Argumentó un malestar, un cansancio, para excusar su ausencia. Una verdadera lástima, la fiesta era también para él, después de todo era el segundo al mando, con el jefe fuera de escena el ascenso era una realidad, ¿seguro que no podía quedarse, así fuera un momento?
De vuelta en casa volvió a poner las defensas en su sitio y acomodó unas almohadas para que lo creyeran acostado y se escondió tras la puerta del cuarto, con un cuchillo en la mano. Una fiesta, ya les daría su fiesta. No deberían subestimarlo.
Reto literario 