Tiemblan en el centro, languidecen, como las voces lejanas de los cuentos. Trepan por la memoria con música de vientos y puf, ya no están, aunque un eco distante atestigua su floración, su otoño, la caída lenta de sus notas. Las palabras adecuadas del conjuro en el orden preciso del hechizo, la cadencia secreta de las cosas que ocurren tras la melodía del misterio. Hablo del alma, amigues, hablo de las almas. Hablo de un ánima que sola y quieta parece tremolar en la distancia como una bandera vestida de fuego. Hablo del aliento huidizo entre los dientes de las madres que sostienen a sus muertos como si fueran un recién nacido. Nanas para la tumba. Descansa ya, descansa, entre las raíces abiertas del capote.
Quiero una oración de musgo, una oración humedecida por las eras, una oración que sepa del trenzado de los líquenes. Quiero una oración que intuya bajo la roca inmortal la suavidad del río, que comprenda la naturaleza líquida de las cosas sólidas y la voluntad de aire que colinda el agua de los estuarios. Quiero una oración tierna y suave como la garra del dragón cuando tritura, como la explosión que rompe las paredes del CAI, como el puño que fractura sus huesos contra el concreto. Quiero una oración que sea capaz de llevar el llanto a los dioses, de compartir el llanto a las diosas, que hable de redención y de esperanza mientras desangra sus letras en el camino largo de su gramática. Quiero una oración que nos guarde en las noches, que nos guarde, que nos guarde, que nos guarde.
Conozco esas palabras abiertas al aroma de la quebrada, jazmín flotando en los dientes, dulzura bajo la lengua. Conozco esas palabras que brevemente ayudan, recomponen, nuestro rostro como un sol en el espejo.