—¡Denme una A!
—¡A!
—¡Denme una M!
—¡M!
—¡Denme una P!
—¡¿Qué dice?!
—¡A! ¡M! ¡P! ¡Actitud Mental Positiva!
—¿Y cómo está la Actitud Mental Positiva hoy?
—¡Excelentemente lo mejor de bien!
—¿Y qué vamos a hacer?
—¡Vender, vender, vender!
—¡¿QUÉ VAMOS A HACER?!
—¡VENDERVENDERVENDER!
Las agujas señalan exactas las once de la mañana. El segundero tiene uno de esos mecanismos de fluido constante, así no hace tic tac, tic tac. De hecho, no hace ruido en absoluto. Sólo el aire acondicionado llena de algo parecido a un murmullo las instalaciones. Lo demás calla. También ellas callan, luego de la ceremonia de inicio del turno. En silencio se ubican frente a sus computadores, perpetuamente encendidos, y se ajustan las diademas al cráneo y el micrófono a la boca. Una cuenta regresiva en la pantalla indica que quedan diez segundos antes de empezar a llamar. Nueve, ocho, siete. En un tablero de acrílico, que ocupa toda la pared junto a la entrada, está escrita en rojo la meta del turno, y en negro una tabla con sus nombres y el número de su cubículo: el sentido de competencia, les explicaron en la inducción, es clave para sacar lo mejor de nosotras mismas, esencial para ponernos metas más altas, para pensar por fuera de la zona de confort, y, aunque no lo crean, para afianzar el sentido de trabajo en equipo.
En la inducción hubo muchos sentidos. El sentido del compromiso, el sentido del servicio, el sentido del esfuerzo. Mientras espera que el sistema entre en línea (seis, cinco, cuatro) piensa en la importancia de la sinestesia para la poesía simbolista. La posibilidad de que un sentido se exprese en otro, de extrañar el lenguaje para encontrar nuevos significados. Los formalistas rusos no se referían a esto. ¿Qué pasó? Tres, dos, uno.
Reto literario 