Este texto no fue escrito por una IA. No tengo manera de convencerles de lo contrario, pero les pido que me crean. Den ese salto de fe. Imaginen a la persona, imagínenme. Vean la luz de la pantalla reflejada en los lentes de mis gafas, vean mi gesto burlón bajo la barba de una semana, vean el movimiento continuo de mi pecho al llenarse de aire… al dejar salir el aire… al volver a inspirar. Crean en eso, en mi inspiración capaz de esquivar el algoritmo, capaz de imaginar esta historia por sí misma, capaz de confesarse humana y frágil en esta grietecita del mundo.
Todo comenzó con las empresas de publicidad y las campañas para redes sociales. Los copys para las publicaciones respondían más o menos a la misma lógica de creación, nada demasiado creativo, nada demasiado demandante. Además, los likes y el número de veces en que una publicación era compartida comprobaron que las audiencias aman los lugares comunes. Una sensación de seguridad, un confort, un sentirse bien ahí, en la tibieza del mensaje, en el asentimiento cándido a palabras encadenadas ya cinceladas en la piedra de los corazones secos del siglo.
Admito que yo mismo las usé. Para los trabajos aburridos, para las piezas que pretendían vender automóviles, para las entradas de blog sobre las ventajas del fitness. Entonces pareció una buena idea, con el tiempo libre me dedicaba a leer, por primera vez en mi vida estuve al tiempo con las novedades editoriales. Tampoco allí había demasiada literatura, pero esperaba encontrar algo que me llamara la atención, algo revelador entre tanto bestseller.
No fue lo que esperaba. No tengo pruebas, pero la certeza es profunda. Estoy convencido de que algunos de esos libros fueron escritos por una IA. Firma bajo pseudónimos, nunca menos de trescientas páginas.