Diseñar el algoritmo fue un paseo por el bosque de los unos y los ceros. Lo más complicado fue recoger todos los datos disponibles: confrontar las investigaciones que se habían realizado hasta el momento y elaborar las propias encuestas en audiencias amplias para perfilar con mayor exactitud. Una vez claros esos aspectos, fue sencillo. Su parte, por lo menos, sólo tenía que ver con coordinar y diseñar el programa. Pudo dedicarse, listo lo segundo, a acompañar a la diseñadora mientras creaba la imagen y a la encargada de mercadeo mientras procuraba el lanzamiento de la aplicación. Desde el diseño se aseguraron de que fuera muy fácil de usar, y sobria en su presentación. Desde mercadeo, pusieron de boca en boca su utilidad, su inapelable necesidad en estos tiempos modernos.
Funcionaba como cualquier otra aplicación con acceso a la cámara del celular. La usuaria podía tomarse una selfie, preferiblemente de cuerpo entero. La aplicación ingresaba a los datos personales del equipo (ubicación, perfil de la usuaria, etcétera) y luego de un brevísimo instante arrojaba un porcentaje en pantalla: las probabilidades que tenía la usuaria de ser violada si salía a la calle. Calificaba sus porcentajes en rojos (superior al cincuenta por ciento), amarillos (entre el treinta y el cincuenta), verdes (del diez al treinta) y rosa (del cero al diez). Si se le solicitaba, además, podía dar consejos para que el porcentaje redujera.
El lanzamiento del aplicativo no estuvo exento de polémica. Hubo fuertes pronunciamientos feministas en contra de una herramienta que desde la división de mercadeo aseguraban empoderaba a la mujer. Por suerte, el ruido fue poco y fugaz. La app se convirtió en una de las más usadas, especialmente desde que en el diseño incorporaron la posibilidad de compartir la foto y el porcentaje obtenido en las redes sociales.