Poco después de salir del colegio decidieron montar una banda de rock. Nunca habían tocado ningún instrumento, pero eso, por supuesto, no iba a detenerlos, ¿qué acaso no se sabe que Saramago empezó a escribir a los cuarenta? Si era posible salir nobel sin dedicarse desde la infancia, ciertamente era posible dominar los acordes para que las notas fueran justo la brusquedad necesaria para sacudir las inseguridades en una tarima mal iluminada.
La banda, un pequeño fracaso que acaso tenía sólo el mérito de mantener viva la amistad dentro de las sólidas bases de los encuentros rutinarios, se llamó «Los caballeros andantes», un nombre aplaudido entre los miembros por sus ecos de Quijano, y ridiculizado -en secreto y no tan en secreto- por el resto de la humanidad. Eran, ciertamente, ridículos representantes de lo que ocurre cuando sólo las ganas mueven la creación artística, sin que el talento rinda sus milagros o el trabajo, sus frutos.
Ellos, sin embargo, no optaban por resignarse a la disolución. Entre chanza y chatarra insistían en componer baladas pastoriles que agitaban con melodías briosas de desbocados corceles electroacústicos. Cancioncillas de amor entregado a damas imposibles que se acompañaban bien con el bajo. Los ensayos, desprovistos del ideal de la mejoría, eran constante laboratorio de nuevas canciones que, sin fuerza y pobremente anémicas, salían a enfrentar un público selecto de trasnochadores solitarios que no dudaban en hacerlas pedazos de inmediato.
Así las cosas, una noche de la que prefiero no acordarme, la banda terminó la sexta canción del playlist entre abucheos y latas de cerveza que caían rodando al redoblante. Los músicos, aterrados de esa absurda agresividad, comenzaron a recoger los instrumentos, labor que interrumpieron los gritos provenientes de la calle, testimonio de una aterrada multitud.
Hubo una especie de temblor, entonces aparecieron los gigantes.
Me estaba enamorando hasta el último párrafo, no me convenció el final…
Pero el principio, la referencia a la creación movida solo por las ganas, BRUTAL!!!
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¡A mí lo que me gusta es el final! Jajajajajaja. Pero tengo que admitir lo abrupto, me pudieron las ganas de sorprender…
¡Alegría!
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