Home

Por el citófono te anuncian la llegada de tu hermano. No lo esperabas. Hablaron en la tarde y le contaste que tenías mucho trabajo. Un montón grande de textos esperando a ser escritos, y, además, el cansancio acumulado de una semana frenética y un día sin pausa. Se dieron las buenas noches, como cada noche, y te sentaste frente al computador. De eso un par de horas.

Abres la puerta, tu hermano sonríe. Entra con la excusa de conocer la sala, de echarle una mirada a la cama nueva. Le franqueas el paso y le muestras, luego se sienta a darte charla un rato. Agradeces la interrupción, pero el trabajo no va a hacerse sin ti así que lo invitas a pasar al estudio. Siguen conversando mientras, a la mitad del ritmo, vas armando los textos faltantes. Todavía es larga la lista de pendientes.

Tu hermano mantiene la conversación fluida. Habla de bicicletas y te resume el día de tus padres. Te pregunta por el trabajo y atiende a la explicación. Te da ánimos. «Ya te falta menos», dice, y es idéntico al abuelo, al papá de tu mamá, cuando decía más o menos lo mismo. Sigues tecleando lentamente. Él se levanta. Lo ves salir del estudio y escuchas cuando abre la nevera. Luego, muy suave, escuchas como se enciende la estufa.

Te trae dos sánduches. Para que puedas comer sin parar de trabajar. Te deja a solas con el tentempié y lo escuchas lavar los trastos. Comes con hambre mientras sigues escribiendo. Se despiden poco después, todavía queda medio sánduche en tu plato. Él sonríe al irse. Tú sonríes al despedirlo.

Vuelves al trabajo y paras para escribir un cuento. Quisieras contar ese gesto sencillo de tu hermano, pero no hay palabras capaces de capturarlo. Es demasiado amor, demasiado.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s