Yo lo único que puedo enseñarle a usted es a recibir el golpe con la mandíbula apretada. El resto se lo puedo enseñar también, pero podría enseñarselo igual cualquier otro, ¿si me entiende? Mejor, incluso puede que mejor se lo enseñara otro, cualquiera, «el León» Lebré, o «la Locomotora», ellos el resto se lo enseñan, se lo corrigen, le enderezan los golpes y le improvisan el caminado. Ellos son buenos, muy buenos, yo me pasaría por allá después para que ellos le enseñaran otras cosas, y así fuera usted, ¿cómo es que se dice?, un boxeador completo, íntegro, eso, sí, íntegro. Pero antes, yo le puedo enseñar, sí, yo le enseño a recibir los golpes. Porque puede que no en ataque, ni en defensa, ni velocidad ni potencia, ¿sabe?, pero seguro, seguro yo he sido el mejor de todos para recibir golpes, cada mano que me entraba sabía cogerla e irla acomodando, y nunca consiguieron tumbarme, no señor, jamás me vio nadie acostado en la lona. Soy el invicto sin victorias, porque tampoco gané nunca, pero qué le hace, yo le enseño. Mi truco es recibir el golpe con la mandíbula apretada. No apretar la mandíbula todo el tiempo, no, así no funciona. Porque se cansa, se cansa, los músculos, ¿sí ve?, se cansan si uno los tiene firmes todo el rato. Toca estar fresco, con la mandíbula normal, sin morder siquiera el protector, y cuando el golpe llega, justo antecitos, se aprieta, se aprieta duro, se aprieta con toda. Y entonces ahí no hay golpe que valga, nada. En la nariz, en el mentón, en el hígado, y vea que duelen los golpes en el hígado, duelen harto, uf, mucho duelen. Pero apriete la mandíbula, justo antes, y no lo tumban. Venga, ¿me va a regalar para un tinto?