Nadie podía creerlo, al principio. Cuando se interrumpió la programación habitual y empezó a pasarse el clip de última hora, fueron rostros de incredulidad los reflejados por las pantallas. Hubo, incluso, pantallas apagándose, comentarios en las redes diciendo «imposible», usuarios enardecidos gritando «mentirosos» desde los teclados. Los fans más fans no elogiaron la invención con su tiempo, ignoraron los comentarios, las noticias. Era imposible. Eso era todo.
Pero la investigación llegó al horario prime de las familias y poco a poco la incredulidad fue dando paso a la aceptación. Después de todo, era un artista, y cualquier cosa puede pasar en esos casos. Después de todo, ya había cometido un par de faltas, esquivando cámaras, recluyéndose en su pueblo natal, insistiendo en la necesidad de realizar reformas en nuestra manera de relacionarnos. Sí, la música seguía llegando todavía a los más altos nudos, seguía tejiendo a fuerza de voz la historia de los días presentes, pero quizás algo se había roto, quizás la fama y el éxito habían terminado por debilitar las bases de una moral que, después de todo era artista, nadie podía dar por cierta o firme en un principio.
Hubo algunas noticias, mínimas, menores, algunos rumores rápidamente deglutidos sobre el fraude tras toda la investigación. Los abogados de parte y parte parecían representar un papel dramático. Hubo gritos, acusaciones, cámaras acercándose a primerísimos primeros planos en los gestos de frustración. Hubo, ante todo, noticias tras noticias tras noticias y poco a poco, episodios banales del pasado cobraron relevancia bajo la luz de las últimas evidencias.
Los fans más fans guardaban la cabeza bajo el brazo, escondían la mirada y los dientes, murmuraban en privado, en la soledad de las almohadas, sus quejas. Ninguna voz se levantó cuando el veredicto ocupó primeras planas, hubo aplausos, celebraciones, gestos violentos.